Todo comenzó con mi locura de querer sacar un pasaje a algún destino del cual ni yo estaba convencida. Hoy no sabría decir si la novela “Las mil y una noches” me inspiró en mi decisión o si fue mi afán por conocer un destino fuera de lo común; sin considerar mi amor incondicional por el continente europeo y mis ansias de caminar, conocer gente y culturas muy distintas a la mía. Tiempo después y con mi vuelo a Estambul ya emitido, una pasajera inesperada se sumó a mi aventura. Fue allí que dimos comienzo a los planes de viaje a los cuales se fueron agregando otros destinos.
Luego de 8 interminables meses de espera el día tan ansiado llego. Viajábamos por Turkish Airlines, ella en Business y yo en Economy. Si mal no recuerdo fueron 3 las veces que vino a visitarme en el avión y hasta me regaló un chocolate exquisito de esos que solo te dan si ocupas la fila n° 1 del avión.
Llegamos al Aeropuerto Internacional Atatürk luego de 18 horas de vuelo, habiendo salido de Buenos Aires de noche y llegando a Estambul de noche también. ¡Nos dolían hasta las pestañas!
Llegamos al Hotel Kent, nos asignaron nuestra habitación y rápidamente fuimos a dejar todas nuestras cosas. Una vez instaladas nos bastó una mirada cómplice para darnos cuenta que las dos teníamos hambre.
Siendo más de las 11 de la noche salimos en busca de algo para comer, caminamos por unas calles desoladas y un poco oscuras pero a la vez atrapantes, hasta que finalmente encontramos un restaurant abierto donde comimos y nos dimos el gustito de inaugurar el viaje con un “champagnecito”.
Al día siguiente empezó el recorrido, con tan solo 5 horas de sueño, sumado al cansancio del vuelo, el cambio de horario y los 40° de temperatura.
Comenzamos por el antiguo hipódromo, el obelisco egipcio y la retorcida columna de las serpientes, hasta llegar a nuestra primera parada, La Mezquita Sultán Ahmed o más conocida como La Mezquita Azul debido al color de los 20.000 azulejos de su interior, y cuya grandeza se refleja en sus seis minaretes.
El ingreso fue un tanto complicado ya que debíamos cubrirnos los brazos y la cabeza con un pañuelo que en nuestra torpeza de no saber cómo ponérnoslo se nos caía. Eso sin contar que debimos ingresar descalzas.
Al entrar un cúmulo de olores nos invadió y a la vez nos erizó la piel el ver tal majestuosidad ante nuestros ojos.
Ese mismo día continuamos la visita a Santa Sofía, primero Basílica y luego mezquita, con su columna que llora y cuya impresionante cúpula lleva 16 siglos asombrando con la riqueza de sus mosaicos, y el Palacio de Topkapi el cual impacta con sus prolijos jardines y colecciones de joyas y armas.
Luego de sacar infinidad de fotos terminamos la visita en un restaurant donde conocimos a un chico llamado Nacho, un turco con apodo argento y enamorado de las argentinas que acuden a su restaurant. Allí mismo y entre charlas probamos el pan de Pita y luego del almuerzo un té de manzana fue la invitación de la casa.
En nuestro segundo día en Estambul, día libre, nos dimos el lujo de dormir unas horitas de más para luego poder hacer algo por nuestra cuenta. Lo primero fue subirnos al tranvía que pasaba frente al hotel. Nos bajamos en el centro histórico y allí nos dirigimos a pie hasta la Cisterna Basílica, una construcción subterránea llena de columnas, agua, y pasarelas donde nos hicimos un photo book vestidas con trajes de odaliscas, fotos que hoy guardamos como un preciado recuerdo.
Al salir de allí nos detuvimos a comer un dulce que hasta ese momento no conocía llamado Baklava, una mezcla de nueces, almendras y frutos secos envueltos en una masa filo y bañada en almíbar y miel. Un viaje de ida para aquellos que amamos lo dulce!
Con mapa en mano pero decididas a acortar camino preguntamos cómo llegar a la Torre Gálata, un antiguo faro que en la actualidad aloja un restaurant con hermosas vistas sobre el Bósforo y el Cuerno de oro.
De camino pasamos por el Puente de Gálata en cuyo nivel inferior existen varios restaurantes y cafeterías en los que cuales se puede degustar los pescados más frescos y otros platos típicos turcos; y por el Bazar de las Especias o Bazar Egipcio, un exquisito despliegue de aromas de los más exóticos y a mi criterio, el sitio ideal para comprar dulces, frutos secos, quesos, té de diversos sabores y otros productos típicos de Estambul.
La caminata que debió ser de 15 minutos se terminó convirtiendo en una de hora y media, sin saber que al llegar nos esperaría una subida empinada de adoquines, para la cual tuvimos que tomar coraje y aire en los pulmones para poder subirla. El consuelo vino un rato más tarde cuando por fin nos sentamos a comer un Kebap seguido del infaltable té de manzana.
Por la noche nos subimos al metro y nos dirigimos hacia la Plaza Taksim, la parte más moderna de la ciudad y una de las zonas más animadas y con mayor vida nocturna en Estambul. De día, el shopping es la actividad principal y de noche, el barrio se transforma con sus restaurantes, pubs y sus cantantes a la gorra que cantan en medio de la calle peatonal Istiklal entre gente que pasea y un tranvía antiguo que parece sacado de otra época y lugar.
El último día y como broche de oro de nuestra estadía en esta apasionante ciudad comenzamos realizando el recorrido en crucero por el Estrecho del Bósforo, durante el cual pudimos apreciar la Torre de Leandro o Torre de la Doncella, el Palacio Dolmabahce, los barrios más lujosos de la parte asiática, hoteles de extremo lujo y las Mezquitas que envuelven la ciudad.
Por la tarde y como no podía ser de otra forma siendo dos mujeres amantes de las compras, nos adentramos en los pasillos laberínticos del Gran Bazar, una continua e interminable exposición de mostradores donde los vendedores cantan al viento sus productos y precios dispuestos a regatear por conseguir una venta y para lo cual poseen el don de hablar varias lenguas.
Así termina nuestro paso fugaz por esta hermosa y atrapante ciudad a la cual no me caben dudas que volveré a visitar, porque lo que contagia es tan único que te vas con la sensación de querer volver.
Por María Belén Donatti
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