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Habiendo dejado atrás un año intenso, cargado de mucho trabajo y estudio y habiendo pasado todo el verano en la ciudad de la furia nos surgió la posibilidad de una pequeña escapada suficiente para tomar una bocanada de aire fresco y cortar con la rutina que nuevamente nos depararía el mes de Marzo.
Fue así que armamos una pequeña valijita, con lo justo y necesario que dos personas pueden necesitar para una semana a puro relax, nos subimos al auto y nos dirigimos por ruta hacia Punta del Este.
Luego de unas 7 horas y con muchas ganas de bajarnos del auto, llegamos a la casa de los tíos de mi novio ubicada en La Barra, uno de los balnearios más chic de la movida del verano que para esta época ya se torna más tranquilo y familiar.
Al llegar nos esperaba una casa hermosa decorada con mucho estilo y con infinidad de ambientes. Luego de recorrerla elegimos nuestro cuarto, dejamos nuestras cosas y sin dudarlo nos fuimos directo a la Playa Montoya ubicada a tan solo dos cuadras.
Mate en mano y una lona fue todo lo que necesitamos. Por el horario el mar ya se mostraba frío y solo nos permitió mojarnos los pies en la orilla. Al caer el sol y muy al estilo argento fuimos al supermercado para comprar casi todo lo que necesitaríamos durante esa semana, cenamos y nos fuimos directo a la cama muertos del cansancio del viaje.
No hubo un día que pusiéramos despertador. No nos importaba la hora, nos despertábamos con el sol entrando por algún lugar detrás de las cortinas, desayunábamos a la hora del almuerzo y nos íbamos a la playa a pasar el día entero al sol. Hay que ver que siendo el mes de Marzo siempre había un lugar en la playa esperándonos, cuando no la playa entera a nuestra disposición.
Al tercer día decidimos mudarnos de playa y nos dirigimos hacia la que de ahí en más sería nuestro lugar de todos los días, Playa Bikini.
Hicimos una vida muy tranquila, jugamos a las cartas siempre y cuando el viento nos lo permitiera, me anime a desafiar a mi novio con los tejos, aprovechamos el mar y al caer la tarde con una buzo y envueltos en alguna toalla nos dedicábamos a observar la gran cantidad de surfistas que ofrecen demostraciones de su destreza entre las olas, mezclados con los novatos que intentan al menos subirse a la tabla.
Hubo solo un día en que unas gotas nos obligaron a levantar el campamento playero. Fue la excusa perfecta para salir a recorrer. Comenzamos por el Balneario José Ignacio donde visitamos el Faro homónimo y una especie de feria con artesanías que ofrecían los lugareños.
Empujados por el viento retomamos camino hacia las Playas Mansa y Brava donde nos bajamos a sacarnos fotos con el símbolo de la ciudad, la mano, los dedos o el Hombre emergiendo a la vida, una escultura de cinco dedos parcialmente sumergidos en la arena; terminando el paseo caminando por la Avenida Gorlero.
La última noche y con la idea de hacer algo distinto fuimos al Casino del Hotel Conrad Punta del Este. Se imaginarán el nivel de apuestas que pudimos hacer, siendo que las máquinas son en dólares. Aún así lo intentamos pero no tuvimos mucha suerte. Sin dejar que esto nos desanimara nos fuimos a cenar para darle un cierre a nuestras pequeñas vacaciones.
Al día siguiente emprendimos el viaje de vuelta a casa disfrutando por última vez del cruce por el Puente de la Barra con su divertida forma ondulante y dejando atrás una semana a puro sol, paseos, descanso y trayendo algún que otro kilito de más como recuerdo.
Por Belén Donatti